Monday, October 25, 2010

La Derecha en Chile 5 - Los "salvadores de los pobres" tampoco.

Desde que se agita el tema de la “cuestión social”, jamás se ha visto en parte alguna que los que exigen la suma del poder para repartir equidad, bienestar y progreso para todos consigan siquiera una mínima parte de ese objetivo.

Al contrario, lo que siempre ha resultado en absolutamente todos los casos es el empeoramiento de las condiciones de los menos favorecidos. Y lo único que sí han repartido igualitariamente es miseria y sumisión.

Excepción hecha, por supuesto, de la nomenclatura de los “salvadores”, a quienes —ocupados a tiempo completo en combatir a los ricos y explotadores— se los colma de todos los bienes sin sufrir jamás las privaciones del pueblo.

En Chile, donde con un tercio de los votos el castrismo logró entronizarse en el poder con el apoyo parlamentario de la DC, esta realidad es una experiencia vivida “a concho” por las grandes mayorías nacionales.

Salvo los simpatizantes de ese gobierno o de sus organizaciones herederas (a la cuales se ha sumado la DC), no hay chileno independiente que apruebe lo obrado por Allende. Y no hay chileno independiente que no respire aliviado de que se le haya expulsado del poder, adonde jamás debió haber llegado.

A continuación del gobierno militar, luego de que la derecha perdiera en favor del progresismo, con la arremetida de los “salvadores” nada cambió en esta mala experiencia, salvo que esta vez guardaron el discurso revolucionario y violentista para mejor ocasión.

Pero la violencia del pasado la trocaron por corrupción desatada.

Aunque presionaron hasta conseguir multiplicar por SEIS el presupuesto nacional, las prestaciones sociales a financiar con esta mayúscula inyección de recursos —educación, salud, vivienda, trabajo, seguridad— cayeron estrepitosamente [¿Habrá alguna otra nación donde haya ocurrido tal cosa y el pueblo haya esperado tan pacientemente que llegaran las elecciones para sacar a un gobierno así de corrupto?].

Por su parte, nunca vimos que los derechistas que cooperaron al gobierno militar para recuperar al país de la debacle en que lo dejó el castrismo, reclamaran ser los salvadores de los pobres.

Pero es innegable que sus medidas tuvieron un efecto espectacular en la mejoría real de la calidad de vida de las grandes mayorías.

Sin gastarse el dinero que no había y sin demagogia, el modelo de desarrollo implementado en esos años, y que sigue en pie pese a las arremetidas totalitarias, abrió las oportunidades para que cada chileno pudiera trabajar y progresar sin mirarle la cara a nadie.

Lo cual es infinitamente más valioso que las costosísimas y cacareadas “conquistas irreversibles” del progresismo, todas fallidas lastimosamente.

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Sunday, October 24, 2010

La Derecha en Chile 4 - El “centro político” no existe


La siguiente razón que tengo para ser derechista es que no creo en el cuento del centro político.

Quizá inspirados en la fábula de los tres chanchitos, los expertos (norteamericanos, según se dice) que en los 60 asesoraron a la DC para detener al “comunismo” del FRAP, promovieron el genial invento de los “tres tercios”.

Un equilibrado “centro” político entre dos posturas nocivas: el “comunismo internacional” y la “derecha terrateniente”.

Muy bonito. Mediante esta distribución artificial de fuerzas políticas, inexistente en cualquier otra democracia occidental, negar el voto a la DC implicaba ser un rojo fanático o un lacayo de los ricos explotadores.

Y cuando se constituyó la actual coalición gobernante, pasados varios años de un centro político que no se vio ni en pintura, se repuso el mismo cuento. Incluso fueron más allá, alegando que la suya constituía una concertación que cubría “todo el espectro político”: izquierda, centro y derecha.

Pero apenas tomado el ritmo de marcha se les corrió el disfraz de “espectro” mostrando a los mismos progresistas de siempre. Es decir, a los convencidos de cumplir un rol mesiánico “histórico” en el rescate de los pobres y marginados mediante la fundación de un nuevo orden social.

Este perfil es transversal al concertacionismo y marca el origen de todos los partidos que la conforman.

Los radicales, que partieron reclamando la representación de la clase media (que no es lo mismo que representar el centro político) se pasaron irreversiblemente a la izquierda, cuando en los años 60 se declararon oficialmente “laicos, socialistas y democráticos”, ocasionando la escisión de una minoría a la que no le quedó otra que pasarse a la derecha.

Los demócrata cristianos hicieron el intento de presentar alguna variante, pero revisando lo obrado cuando fueron gobierno en los 60, el discurso de siempre de la mayoría de sus dirigentes y la realidad de sus coaliciones partidistas que desde antes de 1990 incluyen al Partido Comunista embozadamente por varios años y desembozadamente en estos días, la verdad es que han sido progresistas de toda la vida.

Versiones más recientes del “centro” tampoco resultaron convincentes.

Hace unos años, un empresario convencido de esta fábula y dueño de una muy alta consideración de sí mismo, organizó un “referente” al que llamó “centro-centro”. Como quien dice y para no errar el objetivo, se trataba de dar en el blanco del mero centro de la esencia misma del centro.

Pero nada pasó ni podía pasar, porque tal cosa nunca ha tenido existencia real.

Nadie conoce una ideología que sea propia del centro político, nadie ha visto grupos que espontáneamente levanten genuinas reivindicaciones de ese origen ni nadie los verá.

Menos ahora, cuando fruto de la dinámica política de años, las cosas empiezan a retomar su cauce natural.

Sea que a unos los motejen de “reaccionarios”, “momios” o “fachos” y a los otros de “upelientos”, “comunachos” o “zurdos”, no necesitamos nada adicional a una derecha decisivamente imbuida en los asuntos públicos y una izquierda genuinamente democrática.

Pero no hay partidos, contenidos ideológicos ni razones para ser ideológicamente de “centro”. Ni nunca los hubo.

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Saturday, October 23, 2010

La Derecha en Chile 3 - Pragmatismo y realidad

Aunque no soy historiador -y advertido de que entre los que saben hay desacuerdos- me atrevo a afirmar que desde los tiempos de la conquista se viene dando el enfrentamiento entre los que buscan imponer “grandes ideas” y los que se resisten a ellas cuando colisionan con la realidad concreta.

Lo que sí ha quedado muy claro es que durante los períodos en que se han impuesto los primeros invariablemente se ha frenado el desarrollo de la nación, mismo que se ha retomado con bríos cuando hemos podido desembarazarnos del peso de las entelequias [Encina describe claramente estos procesos en su Historia de Chile hasta fines del S. XIX. Pero los hechos del S. XX no contradicen en nada esta evidencia].

Como casi todos en Chile, desde la enseñanza secundaria fui sometido al machacar ideológico de profesores convencidos de que el camino del progreso pasaba por “eliminar las estructuras de explotación del hombre por el hombre”, por la necesidad de “abrir el camino al poder para la clase de los trabajadores” y otras “conquistas” que no admitían duda.

Para los jóvenes que se tragaban ese anzuelo, los llamados “costos de la revolución” (en desbarajuste y vidas) pasaban a la categoría de “inevitables” y muchos de ellos se entregaron con entusiasmo al ejercicio de darle el pasaporte para el otro mundo a quienes su deceso nos acercaba a la sociedad ideal [No hace mucho hemos visto enfrentarse por el diario a Gonzalo Rojas Sánchez y Andrés Pascal Allende, dos ex compañeros de escuela sometidos a esta desviada prédica. El clarísimo contraste entre las vidas del que no se entregó a ella y la del convertido es abrumador].

Esto bastaría para desalentar la adscripción a esta postura, pero el discurso ideológico ejerce un poderoso hechizo en algunas personas y puede transformar a un débil y pacífico muchachito en un sujeto homicida y en extremo peligroso.

Pero, como dije, pese a la enormidad y contundencia de las acciones para hacer realidad estas “ideas”, nada positivo ha surgido de su “praxis”. Al contrario el efecto ha sido siempre regresivo, dañino en grado casi irreparable y bajo la UP estuvo a punto de recularnos 50 años hacia el pasado.

Frente al panorama de esta debacle, para quien escribe fue gratificante ver al equipo de civiles de derecha que, bajo el fuego graneado del castrismo doméstico e internacional y constreñidos por autoridades militares —renuentes por antonomasia al “desorden” que traerían las libertades que se proponía— pudieron dar forma y contenido suficientes al modelo de desarrollo que puso a Chile donde está.

Aplicando la sabiduría de los tiempos se hizo lo que razonablemente cabía hacer, respetando los usos, relaciones e intereses legítimos de la realidad presente y con el criterio práctico que no compra la búsqueda de la sociedad perfecta.

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La Derecha en Chile 2 - Presencia histórica y resiliencia

Intrigado, repasé libros de historia para darme cuenta de que desde los mismísimos albores del reino vienen enfrentándose nuestros viejos amigos de las entelequias con los siempre prácticos y aterrizados derechistas.

Moderando los efectos de las erradas políticas de la corona y de los excesos místicos, neutralizando los arrebatos caudillistas que impedían organizar la república, consolidándonos como nación soberana en los conflictos externos o dando el apoyo necesario para la reorganización nacional post castrismo que rescató el país hacia un mejor destino, la derecha tiene un registro histórico de aciertos que no es comparable ni de lejos con el de ninguna otra fuerza política.

Tanto así, que de esas lecturas queda claro que sin la intervención siempre providencial de la derecha, Chile habría colapsado como unidad constitutiva del imperio hispánico y ni siquiera existiría como nación soberana.

Sin embargo, desde hace tiempo el columnista de El Mercurio, Carlos Peña, viene insistiendo en que, correteada por la historia, la derecha languidece inexorablemente camino del olvido.

Mientras desde la otra trinchera, y herido por la débil reacción opositora frente a los abusos del régimen en contra de militares, Hermógenes Pérez de Arce alega ser el último representante derechista y ha empacado para un retiro aparentemente definitivo.

Seguramente por lo muy inteligentes y doctas que son estas personas, se sienten dispensadas de aportar antecedentes para apoyar estos juicios, que colisionan tan frontalmente con nuestras vivencias.

Porque sería interesante que nos revelaran cómo un grupo tan lánguido y esmirriado mantiene tan alta representación popular en ambas cámaras, en los principales municipios y en qué se basan para extender el acta de defunción de un resucitado que, luego de muchos años sin liderar el país, hasta se ha alzado con la Presidencia de la República.

Puede ser que la propaganda contra la derecha, que lleva muchas decenas de años de trabajo constante de demolición, impulse a algunos a creer que el objetivo de eliminarla fue cumplido hace tiempo.

O que, dado su natural pacífico y no vociferante, los derechistas sean fáciles de neutralizar, llegado el caso.

Doña Michelle Bachelet se veía muy convencida de ello cuando durante la campaña que la instaló en la Presidencia nos advertía por la TV a voz en cuello: “¡Cuando la izquierda sale a la calle, la derecha tiembla!”

La actitud de estos agoreros del ocaso debería cambiar al conocer la cantidad de razones que los chilenos tienen para ser derechistas. De seguro nos tomarían más respeto si advierten que el número de los “lánguidos” es más que vigoroso y con resiliencia de sobra.

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La Derecha en Chile 1 - Sabiduría y realizaciones concretas

En el plano político la mejor oferta es la de la derecha, tanto desde el punto de vista histórico como de futuro, pero sus dirigentes no parecen convencidos de eso, como confirmando que “su debilidad mayor parece ser la falta de coraje para defender sus propias convicciones y la falta de valoración de por qué su opción política es buena y moral” [Lucía Santa Cruz, en El Mercurio, 17 de septiembre de 2006].

Buscando apartar los mitos y melindres que en nuestra política impiden llamar a las cosas por su nombre, vale la pena repasar y promover esas ideas derechistas, tanto para atraer a los escépticos como para refrescarlas a quienes las han olvidado.

Y también para convencer a los líderes de que hay mucho a ganar jugándose por ellas. 


1. Sabiduría y realizaciones concretas

Como la enorme mayoría de los chilenos, fui educado en la idea de que la derecha no era una opción política legítima.

Que a ella pertenecían los ricos y poderosos interesados en retener sus privilegios y que les importaba un alpiste lo que pasara con los demás, lo cual dejaba fuera de esa lista a casi todo Chile y a mí entre los primeros.

Para entonces, las opciones políticas factibles empezaban por la izquierda con los comunistas y “jóvenes idealistas” de las bandas armadas hasta rematar hacia la “derecha” en la DC, que representaba lo más conservador del “progresismo” [Esta expresión en su acepción cientifista, es decir, la noción de que el devenir de la sociedad está fatalmente sujeto a un progreso natural a la manera propuesta por Darwin. Por archiprobadamente falsa, es imposible aceptar la pretensión de que sus ideas sean las del progreso humano en contraposición a fuerzas retrógradas].

Consecuentemente, la derecha prácticamente no existía dentro de las alternativas en la contingencia, salvo por un grupito de señores atildados de hablar afectado que uno escuchaba por la radio o veía en los diarios (luego en la televisión) arrimándose a la opción menos izquierdista para protegerse de los comunistas.

Así, vimos sucederse las huelgas y protestas contra Jorge Alessandri, quien flemáticamente reclamaba contra “los malos hábitos políticos” que impedían gobernar; luego las revolucionarias recetas de la DC que la iban a tener 30 años rigiendo los destinos del país pero que apenas sirvieron para que completara los primeros seis; y finalmente los tres años en que Allende y el castrismo dejaron al país en la UTI.

Fue a raíz de la expulsión del castrismo que por primera vez vimos a la derecha en acción.

Ya que nada cabía esperar de los demás partidos, con tranquila sabiduría la gente de derecha aceptó sin chistar la moratoria militar de la política volcándose con entusiasmo a reconstruir la economía y la institucionalidad devastadas.

La DC, presionando para que los militares convocaran en breve a elecciones que estaba segura de ganar, consintió esta moratoria a regañadientes. Pero apenas vio que esto iba para largo, luego de expulsar a los escasos militantes que querían seguir cooperando con el nuevo gobierno de facto, simplemente se plegó a sus enemigos del pasado, entonces comprometidos en sabotear el gobierno militar.

Habiendo pasado tantos años entre entelequias, demagogia, desorden y violencia, el trabajo de los derechistas fue la primera realización exitosa que mi generación pudo conocer y palpar en forma concreta.

Aunque significativo e histórico, el fruto de estos años de esfuerzo no fue únicamente la espectacular recuperación nacional.

Junto con el desplome definitivo de las recetas del socialismo, se produjo un cambio en la percepción de muchos respecto de la derecha, de los beneficios de la libertad y, por sobre todo, la evidencia de lo profundamente engañados que estuvimos por tanto tiempo.

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