Es claro que no todos en la derecha son católicos, ni cristianos, ni siquiera religiosos. Pero es obvio que dentro de sus planes no está atacar la religión (cristiana o no) ni la Iglesia (las organizaciones de inspiración religiosa) porque, a diferencia de la izquierda, los derechistas no intentan imponer ideas ni entelequias, no habiendo peligro de colisión ideológica con el espíritu ni la práctica religiosa (ver Nota 1).
Los derechistas no ven problema en que existan escuelas de inspiración religiosa —no solamente cristiana—, que se promuevan principios morales para el reforzamiento del matrimonio, la familia y, en general, la buena marcha de la sociedad.
Muy distinto es el caso de la izquierda, que ve a la religión y a la Iglesia como obstáculos que dificultan la entronización e imposición hegemónica de sus propias ideas.
Durante el siglo XX han sido cientos de miles las víctimas de la persecución del cristianismo y el judaísmo a manos del progresismo.
En la España progresista pre-guerra civil, más de diez mil religiosos fueron ultimados "sorprendidos" haciendo misa o simplemente vistiendo sus hábitos. En la URSS y en los países de Europa oriental sometidos a su influencia, cientos de miles fueron torturados, encarcelados y asesinados por este "crimen" de ser cristianos.
Ni hablar de lo que hizo el socialismo nacionalista en Alemania y países ocupados, donde el rechazo a la religión cristiana se sumó al rechazo al judaísmo y se mezcló con monstruosidades raciales (hecho también repetido con consecuencias comparables en la URSS).
La derecha carece de un discurso que implique entrometerse en las visiones filosóficas, espirituales o religiosas de la gente.
Como ya lo hemos descrito, su talante es eminentemente práctico y alejado de las construcciones ideológicas o entelequias.
Si hay alguna idea que la mueve —aunque no con la debida energía— es la de la libertad, entendida como atributo de los individuos para vivir su vida con arreglo a sus propias visiones e intereses.
Es falso que la derecha pretenda imponer la visión cristiana que corresponde más bien a la forma en que históricamente han pensado y actuado muchas personas de derecha pero que el progresismo incorpora en su contra propaganda como una ideología a imponer en la sociedad.
Y ni siquiera en esto los derechistas han podido ufanarse de ser apoyados por la Iglesia.
Desde comienzos de los años 60 del siglo pasado, la jerarquía católica chilena ha tomado partido por quienes combaten a la derecha. Postura que resultó muy dañina no tanto para la derecha como para el país completo.
Si el gobierno castrista de Allende y el combate al gobierno militar que le sucedió no hubieran contado con el apoyo de la curia se habrían evitado muchas muertes y violencia.
Con todo, ha sido un hecho que enaltece a la gente de derecha el abstenerse de atacar, aún en estos casos extremos, ni a la Iglesia ni a la curia, mucho menos a los católicos.
Con cristiana paciencia han aguantado estos golpes manteniendo siempre una postura que los hace ver más cristianos que aquellos que se supone están para enseñarles cómo serlo.
Nota 1. A este respecto es interesante hacer notar la vinculación del progresismo con algunas facciones de la religión islámica, en cuanto a ver a Occidente como una amenaza. Chávez empuja a Venezuela a vincularse con Irán y Ahmadinejad saca provecho de este interés para expandir su antioccidentalismo. Desde el occidente cristiano, ciertos aspectos del islamismo extremo provocan rechazo, como la degradación de la mujer, la crueldad bárbara al aplicar justicia y el fanatismo violentista para autoinmolar a jóvenes (y hasta niños) si con ello se llevan vidas inocentes del "enemigo" (espero darme el tiempo para referir algunos aspectos de esta cuestión que potencialmente constituyen una seria amenaza para nuestra convivencia).
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Próximo capítulo (18 de 20): "Honestidad" AVISO: Este opúsculo está disponible completo en versión PDF y lo despacho gratuitamente a quien lo solicite a mi email. Este blog lo mantendré por un tiempo, pero antes de finalizar el 2011 lo cerraré.
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La libertad es más que una idea
Saturday, November 13, 2010
La Derecha en Chile 16 - Propaganda y culto a la personalidad
Una forma recurrente del populismo progresista para copar la agenda es transformar a los Presidentes en tema obligado de cobertura mediática, dando gran importancia hasta al más mínimo acto de estas personas, como si ello fuera gravemente importante para la nación.
Esto lleva a un constante y costoso esfuerzo de salvaguardia mediática del líder, respecto de quien se construye toda una estructura de blindaje destinado a encontrarle sentido a cualquier disparate y a rechazar hasta la más pequeña crítica que le sea formulada.
Si alguien se pregunta qué hacían trabajando para el régimen pasado cientos de periodistas y publicistas manejando un presupuesto grandísimo ésta es la respuesta: la propaganda constante y el culto a la personalidad son ESENCIALES para la gestión populista que requiere el progresismo.
Así como los progresistas desprecian a los personajes históricos tradicionales o de signo político contrario, desde el aparato de propaganda del poder imponen imágenes con méritos y trascendencia inusitada de quienes les parece abonan a su postura ideológica.
Por ejemplo, para los concertacionistas, Allende representa el epítome de las virtudes del líder y cualquier opinión que desvirtúe ese áureo perfil es vista como anatema, como sacrilegio.
Bajo el gobierno de Michelle Bachelet el programa de la emisora estatal TVN “Grandes chilenos”, como parte de esta campaña, llegó a extremos ridículos en este afán incluyendo “personajes” conocidos sólo por ellos y de nula recordación popular, hasta rematar en que el “ganador” del pretendido certamen nacional habría sido Salvador Allende, mismo que en cualquier encuesta independiente figura en los últimos lugares.
Durante el período de Ricardo Lagos, cuando las filtraciones de actos corruptivos de enorme magnitud copaban la prensa (sobresueldos pagados de forma irregular y no declarados ante la autoridad tributaria, coimas aprovechadas por parlamentarios oficialistas aprovechando el aparato de asistencia social, etc.), la única preocupación del gobernante era mantener su popularidad, encargando encuestas en las que se "daba a conocer" que seguía siendo "querido" por el pueblo.
Este mismo eficiente trabajo propagandístico que se desplegó bajo Lagos (que según se dice abandonó la Presidencia con un 70% de aprobación) fue ejecutado bajo Bachelet tratando de instalarla como una gobernante cuyo alejamiento hería sensiblemente la aspiración del pueblo, reportando un nivel de popularidad todavía mayor al de Lagos.
El culto del progresismo a la personalidad de sus líderes es de tal forma imperativo que ni siquiera les preocupa la monstruosa contradicción de un pueblo que "adora" a su líder, pero que prefiere que gobierne la coalición que se le opone.
Tampoco les preocupa la contradicción entre esa popularidad y el desolador panorama de la gestión real de sus líderes, que en el caso de Bachelet consistió en un desfile constante de impericia, demagogia y corrupción.
Esa pésima gestión está actualmente sirviendo de medio de contraste para el desempeño del gobierno de derechas que la ha reemplazado. Y el efecto es realmente dañino para el aparatoso montaje de este culto a la personalidad porque cada día que pasa se vuelve más evidente la abismal diferencia entre una gestión populista y una basada en la eficiencia.
Y, encima de eso, la cesación del bombardeo con el mensaje constante de la "popularidad" del líder ha dado paso a una cobertura mucho más sensata y crítica del Presidente, hecho que se ha visto reforzado por el ataque constante de los departamentos de prensa de la TV y otros medios controlados por los que ayer promovían rabiosamente el culto al Jefe de Estado.
El respeto tradicional de los derechistas por la persona individual no les hace perder de vista el carácter transitorio de aquellos que asumen la autoridad y, por lo mismo, les aleja de los excesos laudatorios o serviles.
La visión derechista del gobernante es mucho más sobria y equilibrada, no siendo raro que algunos de ellos asuman posiciones de dura crítica respecto de lo que les parece mal. En esta línea, aparte del fuego graneado del progresismo, el Presidente Piñera ha debido enfrentar cuestionamientos originados en su propio sector, donde prácticamente no existe la incondicionalidad.
Este es otro rasgo característico de la Derecha en Chile que, lejos de constituir un "defecto", es algo de lo que los derechistas pueden ufanarse porque les previene de caer en extremos y es garantía de rechazo a la corrupción institucionalizada y la mentira. Justamente lo contrario de lo que ocurre bajo la centroizquierda.
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Próximo capítulo (17 de 20): "Religiosidad y espiritualidad"
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Esto lleva a un constante y costoso esfuerzo de salvaguardia mediática del líder, respecto de quien se construye toda una estructura de blindaje destinado a encontrarle sentido a cualquier disparate y a rechazar hasta la más pequeña crítica que le sea formulada.
Si alguien se pregunta qué hacían trabajando para el régimen pasado cientos de periodistas y publicistas manejando un presupuesto grandísimo ésta es la respuesta: la propaganda constante y el culto a la personalidad son ESENCIALES para la gestión populista que requiere el progresismo.
Así como los progresistas desprecian a los personajes históricos tradicionales o de signo político contrario, desde el aparato de propaganda del poder imponen imágenes con méritos y trascendencia inusitada de quienes les parece abonan a su postura ideológica.
Por ejemplo, para los concertacionistas, Allende representa el epítome de las virtudes del líder y cualquier opinión que desvirtúe ese áureo perfil es vista como anatema, como sacrilegio.
Bajo el gobierno de Michelle Bachelet el programa de la emisora estatal TVN “Grandes chilenos”, como parte de esta campaña, llegó a extremos ridículos en este afán incluyendo “personajes” conocidos sólo por ellos y de nula recordación popular, hasta rematar en que el “ganador” del pretendido certamen nacional habría sido Salvador Allende, mismo que en cualquier encuesta independiente figura en los últimos lugares.
Durante el período de Ricardo Lagos, cuando las filtraciones de actos corruptivos de enorme magnitud copaban la prensa (sobresueldos pagados de forma irregular y no declarados ante la autoridad tributaria, coimas aprovechadas por parlamentarios oficialistas aprovechando el aparato de asistencia social, etc.), la única preocupación del gobernante era mantener su popularidad, encargando encuestas en las que se "daba a conocer" que seguía siendo "querido" por el pueblo.
Este mismo eficiente trabajo propagandístico que se desplegó bajo Lagos (que según se dice abandonó la Presidencia con un 70% de aprobación) fue ejecutado bajo Bachelet tratando de instalarla como una gobernante cuyo alejamiento hería sensiblemente la aspiración del pueblo, reportando un nivel de popularidad todavía mayor al de Lagos.
El culto del progresismo a la personalidad de sus líderes es de tal forma imperativo que ni siquiera les preocupa la monstruosa contradicción de un pueblo que "adora" a su líder, pero que prefiere que gobierne la coalición que se le opone.
Tampoco les preocupa la contradicción entre esa popularidad y el desolador panorama de la gestión real de sus líderes, que en el caso de Bachelet consistió en un desfile constante de impericia, demagogia y corrupción.
Esa pésima gestión está actualmente sirviendo de medio de contraste para el desempeño del gobierno de derechas que la ha reemplazado. Y el efecto es realmente dañino para el aparatoso montaje de este culto a la personalidad porque cada día que pasa se vuelve más evidente la abismal diferencia entre una gestión populista y una basada en la eficiencia.
Y, encima de eso, la cesación del bombardeo con el mensaje constante de la "popularidad" del líder ha dado paso a una cobertura mucho más sensata y crítica del Presidente, hecho que se ha visto reforzado por el ataque constante de los departamentos de prensa de la TV y otros medios controlados por los que ayer promovían rabiosamente el culto al Jefe de Estado.
El respeto tradicional de los derechistas por la persona individual no les hace perder de vista el carácter transitorio de aquellos que asumen la autoridad y, por lo mismo, les aleja de los excesos laudatorios o serviles.
La visión derechista del gobernante es mucho más sobria y equilibrada, no siendo raro que algunos de ellos asuman posiciones de dura crítica respecto de lo que les parece mal. En esta línea, aparte del fuego graneado del progresismo, el Presidente Piñera ha debido enfrentar cuestionamientos originados en su propio sector, donde prácticamente no existe la incondicionalidad.
Este es otro rasgo característico de la Derecha en Chile que, lejos de constituir un "defecto", es algo de lo que los derechistas pueden ufanarse porque les previene de caer en extremos y es garantía de rechazo a la corrupción institucionalizada y la mentira. Justamente lo contrario de lo que ocurre bajo la centroizquierda.
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Friday, November 12, 2010
La Derecha en Chile 15 - Poder y pudor
Los chilenos somos de un natural sencillo, austero y poco dado a la ostentación, al punto que los despliegues de opulencia que en otras latitudes despiertan admiración, en nuestro medio son vistos como cosa vulgar [ver Nota 1].
Es usual que aún las personas importantes, salvo para las aproximaciones advenedizas o insinceras, sean abiertas con cualquiera y no les parezca del caso exigir formas o “canales adecuados” [ver Nota 2] para quien quiera dirigirles la palabra.
Según las crónicas, salvo poquísimas excepciones, los gobernadores y autoridades fueron siempre accesibles, austeros y de costumbres sencillas. Estilo que, luego de las vacilaciones del período de emancipación, se consolidó con Portales y sucesores, marcando una impronta que en nuestro medio asocia la grandeza de espíritu con la sencillez de las formas.
En alguna medida todos atesoramos el recuerdo de las diarias caminatas de don Jorge Alessandri entre su departamento de Philips y La Moneda, como cualquier paisano que hace la simple y cotidiana ruta a su trabajo.
Incluso bajo Frei Montalva se quiso seguir esas aguas, cuando el Presidente mantuvo su casa habitación en Ñuñoa o cuando Andrés Zaldívar llegaba a La Moneda en un Fiat 600, pero por esos años parece haberse inaugurado el copamiento del aparato estatal con masas militantes que, cómo no, obtenían las primicias de los planes sociales y prebendas, lo que dañaba significativamente la transparencia.
Con Allende, mientras la transparencia pasó a mejor vida e irrumpieron con fuerza los excesos verbales, conductuales y hasta sibaríticos, se expandió como peste la relajación moral a todo nivel, alcanzándose un punto en el que las actitudes de modestia y recato se tomaban como provocaciones.
En este terreno, los años del gobierno militar —con los toques de queda y la rígida moral castrense— apagaron los excesos y la extrema relajación moral, factor cuya influencia en los esfuerzos de reconstrucción tiene que haber sido significativa.
Con la vuelta de la normalidad política a manos del progresismo se hizo evidente el retroceso hasta casi extinguirlas de la austeridad, la moral y la sencillez de las formas.
Durante los 20 años que estuvieron en el poder, se volvió típico que quienes trabajaban para el gobierno tuvieran autos de último modelo, sueldos altos (por años percibidos ilegalmente y en contravención a las normas tributarias), oficinas de lujo, varias secretarias y “jefes de gabinete” para cargos que nunca antes los tuvieron.
El recurso de presentar renuncia no-voluntaria para percibir indemnización incluso para ocupar otro cargo en la misma administración fue práctica “normal” entre los líderes concertacionistas [ver Nota 3] junto a la de cobrar viáticos fijos no auditables y otras que están francamente en el terreno de la corrupción, fenómeno cuya descripción necesitaría de varios tomos.
En ese largo período se impuso la “necesidad” de que durante buena parte del año el titular de la Presidencia recorriera el mundo acompañado siempre de un numeroso séquito y la de adquirir aviones capaces de volar intercontinentalmente para que el mandatario y séquito se trasladaran a cuerpo de rey.
Por entonces, y quizás sigue siendo así, el principal avisador en todos los medios era “el estado”, ente que el progresismo asimila al aparato de gobierno y que, como tal, “necesitaba” (de nuevo) promover constantemente su gestión y “logros” —sobre todo y, cómo no— con mucha mayor intensidad en la proximidad de elecciones.
A lo anterior se sumó el claro y constante objetivo del gobierno de “copar la agenda” y de este modo controlar el contenido informativo de los medios, cuestión que cuando no se lograba generaba reclamos de parte de los ejecutivos de gobierno que acusaban a la prensa de dar demasiada importancia a hechos corruptivos, a la delincuencia o a situaciones que incomodaban a La Moneda.
Llegó a ser corriente que con gran impudicia se repartieran becas fiscales para el extranjero entre hijos de los altos funcionarios y hasta hijos de Presidentes y fue particularmente llamativo el descaro con que se reaccionó frente a la denuncia de estas y otras irregularidades, fuera que les afectaran directamente o que involucraban a parientes muy cercanos.
Es imposible detallar la inacabable lista de excesos que simplemente hicieron trizas la antigua imagen de probidad y parquedad del gobierno, al punto que la reacción típica de los afectados de declarar que “nadie está por sobre la ley” o que la ley se aplicará “caiga quien caiga” (sic), denotaba precisamente lo contrario.
Es un grave error suponer que la ciudadanía —que no puede haber olvidado los tiempos mencionados arriba— no perciba negativamente la conducta de “bajarle el perfil” a los escándalos cuando desde La Moneda se actuaba como si ni se supiera de ellos o se salía con “novedades” para opacarlos o forzarlos a un segundo plano.
La austeridad y la sencillez en las formas, junto con el cese del bombardeo mediático han sido buenas noticias para Chile y nadie más que la derecha podía mostrarlos.
Nota 1. Es probable que su larga estada en Norteamérica haya menguado esta faceta en el nuevo rico, Sr. Farcas, quien parece creer que con propinas dispendiosas y grandes donaciones puede pavimentarse el camino a La Moneda.
Nota 2. Expresión incluida en respuesta de Ricardo Lagos, frente a las cámaras de TV, como condición para dirigirle algunas preguntas.
Nota 3. El acceso a esta información debería ahora ser público (al menos lo que quede disponible de esa información, porque al dejar sus cargos muchos funcionarios del progresismo se llevaron los discos duros de sus computadores) ya que los chilenos tenemos derecho a enterarnos de los detalles de esa práctica que resulta en extremo abusiva en tiempos de cesantía y crisis económica.
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Próximo capítulo (16 de 20): "Propaganda y culto a la personalidad"
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Es usual que aún las personas importantes, salvo para las aproximaciones advenedizas o insinceras, sean abiertas con cualquiera y no les parezca del caso exigir formas o “canales adecuados” [ver Nota 2] para quien quiera dirigirles la palabra.
Según las crónicas, salvo poquísimas excepciones, los gobernadores y autoridades fueron siempre accesibles, austeros y de costumbres sencillas. Estilo que, luego de las vacilaciones del período de emancipación, se consolidó con Portales y sucesores, marcando una impronta que en nuestro medio asocia la grandeza de espíritu con la sencillez de las formas.
En alguna medida todos atesoramos el recuerdo de las diarias caminatas de don Jorge Alessandri entre su departamento de Philips y La Moneda, como cualquier paisano que hace la simple y cotidiana ruta a su trabajo.
Incluso bajo Frei Montalva se quiso seguir esas aguas, cuando el Presidente mantuvo su casa habitación en Ñuñoa o cuando Andrés Zaldívar llegaba a La Moneda en un Fiat 600, pero por esos años parece haberse inaugurado el copamiento del aparato estatal con masas militantes que, cómo no, obtenían las primicias de los planes sociales y prebendas, lo que dañaba significativamente la transparencia.
Con Allende, mientras la transparencia pasó a mejor vida e irrumpieron con fuerza los excesos verbales, conductuales y hasta sibaríticos, se expandió como peste la relajación moral a todo nivel, alcanzándose un punto en el que las actitudes de modestia y recato se tomaban como provocaciones.
En este terreno, los años del gobierno militar —con los toques de queda y la rígida moral castrense— apagaron los excesos y la extrema relajación moral, factor cuya influencia en los esfuerzos de reconstrucción tiene que haber sido significativa.
Con la vuelta de la normalidad política a manos del progresismo se hizo evidente el retroceso hasta casi extinguirlas de la austeridad, la moral y la sencillez de las formas.
Durante los 20 años que estuvieron en el poder, se volvió típico que quienes trabajaban para el gobierno tuvieran autos de último modelo, sueldos altos (por años percibidos ilegalmente y en contravención a las normas tributarias), oficinas de lujo, varias secretarias y “jefes de gabinete” para cargos que nunca antes los tuvieron.
El recurso de presentar renuncia no-voluntaria para percibir indemnización incluso para ocupar otro cargo en la misma administración fue práctica “normal” entre los líderes concertacionistas [ver Nota 3] junto a la de cobrar viáticos fijos no auditables y otras que están francamente en el terreno de la corrupción, fenómeno cuya descripción necesitaría de varios tomos.
En ese largo período se impuso la “necesidad” de que durante buena parte del año el titular de la Presidencia recorriera el mundo acompañado siempre de un numeroso séquito y la de adquirir aviones capaces de volar intercontinentalmente para que el mandatario y séquito se trasladaran a cuerpo de rey.
Por entonces, y quizás sigue siendo así, el principal avisador en todos los medios era “el estado”, ente que el progresismo asimila al aparato de gobierno y que, como tal, “necesitaba” (de nuevo) promover constantemente su gestión y “logros” —sobre todo y, cómo no— con mucha mayor intensidad en la proximidad de elecciones.
A lo anterior se sumó el claro y constante objetivo del gobierno de “copar la agenda” y de este modo controlar el contenido informativo de los medios, cuestión que cuando no se lograba generaba reclamos de parte de los ejecutivos de gobierno que acusaban a la prensa de dar demasiada importancia a hechos corruptivos, a la delincuencia o a situaciones que incomodaban a La Moneda.
Llegó a ser corriente que con gran impudicia se repartieran becas fiscales para el extranjero entre hijos de los altos funcionarios y hasta hijos de Presidentes y fue particularmente llamativo el descaro con que se reaccionó frente a la denuncia de estas y otras irregularidades, fuera que les afectaran directamente o que involucraban a parientes muy cercanos.
Es imposible detallar la inacabable lista de excesos que simplemente hicieron trizas la antigua imagen de probidad y parquedad del gobierno, al punto que la reacción típica de los afectados de declarar que “nadie está por sobre la ley” o que la ley se aplicará “caiga quien caiga” (sic), denotaba precisamente lo contrario.
Es un grave error suponer que la ciudadanía —que no puede haber olvidado los tiempos mencionados arriba— no perciba negativamente la conducta de “bajarle el perfil” a los escándalos cuando desde La Moneda se actuaba como si ni se supiera de ellos o se salía con “novedades” para opacarlos o forzarlos a un segundo plano.
La austeridad y la sencillez en las formas, junto con el cese del bombardeo mediático han sido buenas noticias para Chile y nadie más que la derecha podía mostrarlos.
Nota 1. Es probable que su larga estada en Norteamérica haya menguado esta faceta en el nuevo rico, Sr. Farcas, quien parece creer que con propinas dispendiosas y grandes donaciones puede pavimentarse el camino a La Moneda.
Nota 2. Expresión incluida en respuesta de Ricardo Lagos, frente a las cámaras de TV, como condición para dirigirle algunas preguntas.
Nota 3. El acceso a esta información debería ahora ser público (al menos lo que quede disponible de esa información, porque al dejar sus cargos muchos funcionarios del progresismo se llevaron los discos duros de sus computadores) ya que los chilenos tenemos derecho a enterarnos de los detalles de esa práctica que resulta en extremo abusiva en tiempos de cesantía y crisis económica.
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La Derecha en Chile 14 - Respeto por la institucionalidad democrática
Soy de derecha y, obviamente, prefiero que gobierne gente de esa inspiración.
Sin embargo, he observado una característica que a los derechistas nos opone diametralmente a la izquierda: no nos gusta que nadie se instale por demasiado tiempo en el poder, ni aún los nuestros.
Y precisamente por esta desconfianza básica en los que acumulan poder, “necesitamos” que haya alternativa, viendo con buenos ojos que esa alternativa acceda al gobierno, aunque sea únicamente para que los que han estado en el poder no se acostumbren a él y se cumpla el sano juego democrático.
La gente de derecha tiene claro que el poder se nutre de las libertades. Y siendo que privilegian la libertad por sobre cualquier receta que la enerve o amenace, tienen una desconfianza natural hacia el gobierno, sobre todo de aquel que exige acumular más y más poderes.
Pero si el gobierno cae en manos progresistas la visión es muy distinta. Para líderes y seguidores de esa tendencia cualquier plazo es insuficiente y la mera idea de que deban abandonar el poder a favor de sus contrarios les resulta inaceptable.
Para la soberbia DC, sorprendida en 1970 por la caída vertical de su popularidad que les aseguraba el último puesto en cualquier encuesta, la única opción que vieron sus líderes de recuperarlo luego fue —en vez de apoyar a su propio candidato— torpedear por todos los medios a Alessandri [ver Nota 1] prefiriendo entregar el país al marxismo.
Sabían que eso no duraría mucho... y que enfrentada a ellos la derecha llevaba las de perder.
Bajo la UP, fue este objetivo de aferrarse al poder y no entregarlo de ninguna manera lo que generó desde el primer día las crispaciones que conducían fatal e intencionalmente a la guerra civil, con lo cual llegó a hacerse urgente e ineludible la necesidad de expulsarlos de ahí cuanto antes.
En la actual institucionalidad, donde las atribuciones del gobierno agrupan la casi totalidad de los asuntos públicos a todo nivel, la permanencia en el poder por tiempo extendido genera la tentación de apernarse y —consustancialmente— de extender todavía más sus áreas de dominio.
Y esto es exactamente lo que ocurrió desde 1990. Juntas bajo el concertacionismo [ver Nota 2], la DC y la UP no pudieron esta vez recurrir a las mismas tretas del pasado, pero no las necesitaron para materializar su tendencia a retener el poder, que siguió siendo la misma de siempre.
Un recurso que les resultó bastante eficaz fue el de mantener al rojo las tensiones asociadas a lo que su aparato de propaganda rotula como “derechos humanos” presentándose como los únicos demócratas, mientras corrían la cerca de su dominio hasta abarcar casi todo el sistema judicial y, junto con ello, incrementar el número de los favorecidos con pensiones e indemnizaciones que, obviamente, conformaban una población nada despreciable de votos “duros”.
El recurso del salvaje descrédito de los líderes opositores no fue menor [ver Nota 3], pero siendo que no controlaron totalmente los medios —los equipos periodísticos de la TV no fueron decisivos en esta arremetida, a pesar de ser dirigidos o conformados con simpatizantes del gobierno— los acusados pudieron librar casi indemnes gracias a la prensa [ver Nota 4].
Otro recurso no menos inmoral fue el uso y abuso de la agenda legislativa que con increíble desparpajo se reponía en cada período de elecciones, coordinando el aparato de propaganda del gobierno con la discusión parlamentaria tras el objetivo de restar votación a los contrincantes por la vía de crear una campaña paralela controlada por el ejecutivo.
Y si hubiera algo que faltara para denunciar el desprecio izquierdista por la democracia es la deleznable práctica del cohecho institucionalizado, mediante el cual postergaban o adelantaban el reparto de prebendas, bonificaciones o ayudas —por mano de los candidatos oficialistas— para ser hacerlo coincidir con el tiempo de campañas.
Y aunque el concertacionismo reclamaba para sí la quinta esencia de la democracia, lo positivo de este feo panorama es que finalmente nadie les creyó que a ellos les moviera el aprecio genuino por ella... ni menos por la búsqueda del apaciguamiento de las pasiones, la paz social o el entendimiento.
Ciertamente, no es creíble que quienes se afanan en controlarlo todo sean alguna vez capaces de liderar un programa que inhiba la acumulación de atribuciones del ejecutivo y quieran reforzar la libertad de personas, sociedades y comunidades.
Eso deja el espacio libre para que la derecha plantee estos objetivos que coinciden con lo que todo chileno honesto desea y, de paso, permita que se haga público el registro que prueba que el progresismo fue claramente antidemocrático.
Nota 1. La manipulación televisiva desde la recientemente inaugurada TVN llevó a sus ejecutivos de la época a reclamar “mérito” en la destrucción de la imagen de Alessandri.
Nota 2. Fruto de las presiones de la coyuntura, la incorporación pública del PC al conglomerado gobernante expuso a la luz del día el juego que por años estuvo escondido por el temor a la reacción del electorado frente a la reedición de la UP. Esto despejó la densa trama de ocultaciones del progresismo, dejando emerger la sana realidad bipartidista que el país necesita. Es lo honesto: Izquierda y Derecha, nada de "centrismo" ni "tercerismo" (ver el Cap. 4 de este opúsculo).
Nota 3. Es descorazonadora la candidez de algunos derechistas cuando llaman “caso Spiniak” al montaje oficialista de denigración de opositores políticos más grave que se haya conocido.
Nota 4. Mientras no purguen su merecido castigo quienes estuvieron detrás de tan horrendas maquinaciones como el mal rotulado “caso Spiniak” no será posible blanquear totalmente la imagen de los ofendidos.
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Próximo capítulo (15 de 20): "Poder y Pudor"
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Sin embargo, he observado una característica que a los derechistas nos opone diametralmente a la izquierda: no nos gusta que nadie se instale por demasiado tiempo en el poder, ni aún los nuestros.
Y precisamente por esta desconfianza básica en los que acumulan poder, “necesitamos” que haya alternativa, viendo con buenos ojos que esa alternativa acceda al gobierno, aunque sea únicamente para que los que han estado en el poder no se acostumbren a él y se cumpla el sano juego democrático.
La gente de derecha tiene claro que el poder se nutre de las libertades. Y siendo que privilegian la libertad por sobre cualquier receta que la enerve o amenace, tienen una desconfianza natural hacia el gobierno, sobre todo de aquel que exige acumular más y más poderes.
Pero si el gobierno cae en manos progresistas la visión es muy distinta. Para líderes y seguidores de esa tendencia cualquier plazo es insuficiente y la mera idea de que deban abandonar el poder a favor de sus contrarios les resulta inaceptable.
Para la soberbia DC, sorprendida en 1970 por la caída vertical de su popularidad que les aseguraba el último puesto en cualquier encuesta, la única opción que vieron sus líderes de recuperarlo luego fue —en vez de apoyar a su propio candidato— torpedear por todos los medios a Alessandri [ver Nota 1] prefiriendo entregar el país al marxismo.
Sabían que eso no duraría mucho... y que enfrentada a ellos la derecha llevaba las de perder.
Bajo la UP, fue este objetivo de aferrarse al poder y no entregarlo de ninguna manera lo que generó desde el primer día las crispaciones que conducían fatal e intencionalmente a la guerra civil, con lo cual llegó a hacerse urgente e ineludible la necesidad de expulsarlos de ahí cuanto antes.
En la actual institucionalidad, donde las atribuciones del gobierno agrupan la casi totalidad de los asuntos públicos a todo nivel, la permanencia en el poder por tiempo extendido genera la tentación de apernarse y —consustancialmente— de extender todavía más sus áreas de dominio.
Y esto es exactamente lo que ocurrió desde 1990. Juntas bajo el concertacionismo [ver Nota 2], la DC y la UP no pudieron esta vez recurrir a las mismas tretas del pasado, pero no las necesitaron para materializar su tendencia a retener el poder, que siguió siendo la misma de siempre.
Un recurso que les resultó bastante eficaz fue el de mantener al rojo las tensiones asociadas a lo que su aparato de propaganda rotula como “derechos humanos” presentándose como los únicos demócratas, mientras corrían la cerca de su dominio hasta abarcar casi todo el sistema judicial y, junto con ello, incrementar el número de los favorecidos con pensiones e indemnizaciones que, obviamente, conformaban una población nada despreciable de votos “duros”.
El recurso del salvaje descrédito de los líderes opositores no fue menor [ver Nota 3], pero siendo que no controlaron totalmente los medios —los equipos periodísticos de la TV no fueron decisivos en esta arremetida, a pesar de ser dirigidos o conformados con simpatizantes del gobierno— los acusados pudieron librar casi indemnes gracias a la prensa [ver Nota 4].
Otro recurso no menos inmoral fue el uso y abuso de la agenda legislativa que con increíble desparpajo se reponía en cada período de elecciones, coordinando el aparato de propaganda del gobierno con la discusión parlamentaria tras el objetivo de restar votación a los contrincantes por la vía de crear una campaña paralela controlada por el ejecutivo.
Y si hubiera algo que faltara para denunciar el desprecio izquierdista por la democracia es la deleznable práctica del cohecho institucionalizado, mediante el cual postergaban o adelantaban el reparto de prebendas, bonificaciones o ayudas —por mano de los candidatos oficialistas— para ser hacerlo coincidir con el tiempo de campañas.
Y aunque el concertacionismo reclamaba para sí la quinta esencia de la democracia, lo positivo de este feo panorama es que finalmente nadie les creyó que a ellos les moviera el aprecio genuino por ella... ni menos por la búsqueda del apaciguamiento de las pasiones, la paz social o el entendimiento.
Ciertamente, no es creíble que quienes se afanan en controlarlo todo sean alguna vez capaces de liderar un programa que inhiba la acumulación de atribuciones del ejecutivo y quieran reforzar la libertad de personas, sociedades y comunidades.
Eso deja el espacio libre para que la derecha plantee estos objetivos que coinciden con lo que todo chileno honesto desea y, de paso, permita que se haga público el registro que prueba que el progresismo fue claramente antidemocrático.
Nota 1. La manipulación televisiva desde la recientemente inaugurada TVN llevó a sus ejecutivos de la época a reclamar “mérito” en la destrucción de la imagen de Alessandri.
Nota 2. Fruto de las presiones de la coyuntura, la incorporación pública del PC al conglomerado gobernante expuso a la luz del día el juego que por años estuvo escondido por el temor a la reacción del electorado frente a la reedición de la UP. Esto despejó la densa trama de ocultaciones del progresismo, dejando emerger la sana realidad bipartidista que el país necesita. Es lo honesto: Izquierda y Derecha, nada de "centrismo" ni "tercerismo" (ver el Cap. 4 de este opúsculo).
Nota 3. Es descorazonadora la candidez de algunos derechistas cuando llaman “caso Spiniak” al montaje oficialista de denigración de opositores políticos más grave que se haya conocido.
Nota 4. Mientras no purguen su merecido castigo quienes estuvieron detrás de tan horrendas maquinaciones como el mal rotulado “caso Spiniak” no será posible blanquear totalmente la imagen de los ofendidos.
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Próximo capítulo (15 de 20): "Poder y Pudor"
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La Derecha en Chile 13 - Respeto por el patrimonio
Varios dirigentes del izquierdismo reconocen que su desprecio por el derecho de las personas al dominio de su patrimonio personal, familiar o social estuvo en el origen del rechazo ciudadano al gobierno castrista de Salvador Allende [Un ejemplo entre varios: “El crimen de la izquierda, en el sentido de acción intencional evitable, que produce daño, fue nuestro desprecio por la propiedad, y no darnos cuenta que ésta es un elemento fundamental del orden social, de los incentivos y de la tranquilidad de la gente” Fernando Flores, La Estrella de Iquique, 30 agosto 2003].
Por supuesto que hubo otras poderosísimas razones para el rechazo ciudadano, pero este reconocimiento expreso y la evidencia del éxito del modelo contrario pueden explicar que hasta ahora ningún izquierdista se haya atrevido a reflotar sus “conquistas irreversibles” del pasado.
Sin embargo, es claro que quienes adhieren a las ideas socialistas resienten seriamente gestionar un sistema que les bloquea intervenir en esos derechos y no pueden evitar que esa tendencia a expropiar se exprese en cualquier otra forma.
Hay muchos ejemplos de este vicio expropiatorio. Entre los que puedo recordar ahora:
— el mantenimiento del IVA en 19% (deshonrando el compromiso de rebajarlo) y el de una pesada carga tributaria que no supo de alivio alguno durante los casi 20 años de gobierno izquierdista.
— la extremada fiscalización de quienes emprenden, que hace imposible para el fiscalizado eludir una multa o gravamen con cada visita del inspector,
— la contumacia en el mantenimiento de tributos claramente injustos y gananciosos únicamente para quienes administran el erario (combustibles, ley de timbres, crédito, etc.),
— la expropiación parcial y dañosa de bienes raíces para obras públicas (principalmente de pobladores que pierden plusvalía, accesibilidad o, incluso, la utilidad razonable del bien remanente),
— la práctica de determinar reajustes, regalías y cambios en las condiciones de trabajo al interior de las empresas que dañan la rentabilidad cuando la actividad ya está en marcha,
— la apropiación por parte del gobierno de una parte de las donaciones culturales para destinarla a fines que al gobierno le parezcan equitativos,
— etc.
Hay otros ejemplos quizás menos evidentes de este irrespeto por el patrimonio o la propiedad, como el desprecio, amparado en un “bien superior”, de los derechos de propiedad constituidos en zonas de catástrofe (el caso de la evacuación de Chaitén a raíz de una erupción volcánica constituye un acto de intervención que claramente excedió las atribuciones de la autoridad); o la acumulación de gravámenes o limitaciones al uso de los automóviles, derecho por el cual la gente ha pagado y, que yo sepa, jamás se le ha restituido impuestos por esa exacción.
Lo mismo puede decirse respecto de la desprotección frente a los ataques a la propiedad agrícola en la Araucanía, donde el progresismo hoy fuera del gobierno tuvo manga ancha para la acción desestabilizadora de agitadores del PC y del extranjero, otorgó prebendas y donó propiedades a violentistas, dificultó el accionar de la justicia y sólo cuando el asunto llegó a mayores se avino a convocar las leyes que una vez fuera del poder han impugnado.
Para la derecha no debiera ser problemático definirse claras referencias orientadas a robustecer estos derechos e incorporar a su discurso esta garantía, que no tiene nada que ver con la defensa de los intereses de los ricos.
De hecho, la protección de los derechos de los consumidores frente a la omnipotencia de los operadores bancarios ha podido abrirse camino recién bajo el gobierno de los derechistas.
Lo mismo cabe esperar en relación a la deseable intangibilidad del patrimonio básico de una familia.
Aunque nuestras normativas facilitan en gran medida el ejercicio bancario y financiero, no protegen en una medida equivalente a las personas, impedidas de quebrar o declararse en cesación de pagos.
En esta línea, mientras se robustece a las comunidades reales (ver capítulo anterior) algo debiera hacerse para que el patrimonio básico familiar no se arriesgue ni que el legítimo derecho de bancos y acreedores de perseguir el pago de sus deudas pueda alcanzar hasta el punto de lanzar una familia a la calle con su prole y sus bártulos miserablemente expuestos a la compasión pública.
Un gobierno de derechas es el único del que podemos esperar que se potencie la capacidad del individuo para emprender y para tener dominio sobre el patrimonio que surja de su trabajo honesto.
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Próximo capítulo (14 de 20) "Respeto por la institucionalidad democrática"
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Por supuesto que hubo otras poderosísimas razones para el rechazo ciudadano, pero este reconocimiento expreso y la evidencia del éxito del modelo contrario pueden explicar que hasta ahora ningún izquierdista se haya atrevido a reflotar sus “conquistas irreversibles” del pasado.
Sin embargo, es claro que quienes adhieren a las ideas socialistas resienten seriamente gestionar un sistema que les bloquea intervenir en esos derechos y no pueden evitar que esa tendencia a expropiar se exprese en cualquier otra forma.
Hay muchos ejemplos de este vicio expropiatorio. Entre los que puedo recordar ahora:
— el mantenimiento del IVA en 19% (deshonrando el compromiso de rebajarlo) y el de una pesada carga tributaria que no supo de alivio alguno durante los casi 20 años de gobierno izquierdista.
— la extremada fiscalización de quienes emprenden, que hace imposible para el fiscalizado eludir una multa o gravamen con cada visita del inspector,
— la contumacia en el mantenimiento de tributos claramente injustos y gananciosos únicamente para quienes administran el erario (combustibles, ley de timbres, crédito, etc.),
— la expropiación parcial y dañosa de bienes raíces para obras públicas (principalmente de pobladores que pierden plusvalía, accesibilidad o, incluso, la utilidad razonable del bien remanente),
— la práctica de determinar reajustes, regalías y cambios en las condiciones de trabajo al interior de las empresas que dañan la rentabilidad cuando la actividad ya está en marcha,
— la apropiación por parte del gobierno de una parte de las donaciones culturales para destinarla a fines que al gobierno le parezcan equitativos,
— etc.
Hay otros ejemplos quizás menos evidentes de este irrespeto por el patrimonio o la propiedad, como el desprecio, amparado en un “bien superior”, de los derechos de propiedad constituidos en zonas de catástrofe (el caso de la evacuación de Chaitén a raíz de una erupción volcánica constituye un acto de intervención que claramente excedió las atribuciones de la autoridad); o la acumulación de gravámenes o limitaciones al uso de los automóviles, derecho por el cual la gente ha pagado y, que yo sepa, jamás se le ha restituido impuestos por esa exacción.
Lo mismo puede decirse respecto de la desprotección frente a los ataques a la propiedad agrícola en la Araucanía, donde el progresismo hoy fuera del gobierno tuvo manga ancha para la acción desestabilizadora de agitadores del PC y del extranjero, otorgó prebendas y donó propiedades a violentistas, dificultó el accionar de la justicia y sólo cuando el asunto llegó a mayores se avino a convocar las leyes que una vez fuera del poder han impugnado.
Para la derecha no debiera ser problemático definirse claras referencias orientadas a robustecer estos derechos e incorporar a su discurso esta garantía, que no tiene nada que ver con la defensa de los intereses de los ricos.
De hecho, la protección de los derechos de los consumidores frente a la omnipotencia de los operadores bancarios ha podido abrirse camino recién bajo el gobierno de los derechistas.
Lo mismo cabe esperar en relación a la deseable intangibilidad del patrimonio básico de una familia.
Aunque nuestras normativas facilitan en gran medida el ejercicio bancario y financiero, no protegen en una medida equivalente a las personas, impedidas de quebrar o declararse en cesación de pagos.
En esta línea, mientras se robustece a las comunidades reales (ver capítulo anterior) algo debiera hacerse para que el patrimonio básico familiar no se arriesgue ni que el legítimo derecho de bancos y acreedores de perseguir el pago de sus deudas pueda alcanzar hasta el punto de lanzar una familia a la calle con su prole y sus bártulos miserablemente expuestos a la compasión pública.
Un gobierno de derechas es el único del que podemos esperar que se potencie la capacidad del individuo para emprender y para tener dominio sobre el patrimonio que surja de su trabajo honesto.
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La Derecha en Chile 12 - Respeto por las comunidades reales
En nuestra América, donde el establecimiento de la civilización cristiana occidental fue un esfuerzo oficial dirigido por la corona española, muestra soberanía local tiene todavía escaso desarrollo, a diferencia de Angloamérica, donde las comunidades reales fueron el inicio mismo del proceso.
Con la excepción de algunas dictaduras socialistas ya instaladas o en ciernes, es llamativo que sea Chile el país donde las comunidades reales tienen menos capacidad de gestión de sus propios asuntos que en cualquier otra nación democrática del continente [ver nota 1].
Quizá por el talante autoritarista del gobierno militar, sólo al final de su período permitió un muy cauto proceso de traspaso de poder a las comunas para atender directamente sus necesidades públicas de salud y educación. Quedando absolutamente sin tocar las de seguridad y las de gestionar sus propios planes de desarrollo económico.
Creo que los gestores de derecha que promovieron estas medidas vieron en ellas el germen de una democracia fuerte y resistente a los embates totalitarios, cuestión en la que coincido plenamente.
Y está claro que así mismo lo percibe el izquierdismo porque junto con asumir presionó por la rápida implementación de medidas regresivas que podaban las novísimas atribuciones locales para administrar el personal docente [ver Nota 2] y que “recuperaban” el control centralizado de las prestaciones de salud, en un proceso todavía en marcha para incrementar lo más posible las áreas de dominio directo del gobierno.
El objetivo evidente ha sido desde un comienzo dejar bien claro y desde un principio quién manda en Chile [ver Nota 3].
Este proceso ha transformado a los alcaldes, a veces elegidos por cientos de miles de votos, en meros tramitadores frente a autoridades de tercer o cuarto orden del gobierno central, sujetando comunidades enteras a las decisiones funcionarias.
El Transantiago es, de nuevo, una muestra grave y rotunda de esta inferioridad de los derechos e intereses de las comunas frente a las decisiones políticas del gobierno central en una materia que en cualquier otra parte es propia de las comunidades reales.
Así se lo sugerí al actual Ministro de Transportes en un artículo sobre esta coyuntura.
Aunque en este aspecto queda mucho por andar, no es sino de la derecha de quien se puede esperar una oportunidad para el crecimiento de la democracia y la soberanía locales, que constituyen la forma más genuina y "a escala humana" de expresión de la vida en sociedad.
En estos días en que el actual gobierno de los Estados Unidos ha abierto la puerta al progresismo, ya se empieza a hablar de un "nuevo orden global" —radicado en las orgánicas internacionales que en forma abrumadora son controladas por esa ideología— hasta en ese país ha perdido fuerza la expresión de la soberanía local.
Eso no es buena noticia y, por supuesto, hace más difícil la tarea de fortalecer la libertad.
Pero, insisto, sólo en la derecha están los que entienden la importancia de recuperar el orden natural amenazado por esta entelequia del "nuevo orden".
Como dije en el primer capítulo de esta tesis, la gente de derecha rechaza los inventos o construcciones ideológicas y no está dispuesta a podar las libertades para "limpiar" el terreno donde se instalen esas entelequias.
Ciertamente, el hecho de las llamemos "comunidades reales" refleja que las ciudades, pueblos, villorrios, aldeas, condados y caseríos que componen una nación no obedecen a la creatividad de ningún iluminado sino a la expresión natural de los intereses y lazos reales que en sociedad tejen las personas libres.
Nota 1. Según Encina, durante la Colonia los cabildos fueron importantes y decisivos en la marcha de la nación. Pero el desarrollo natural de estas comunidades parece haber sido frenado por el combate republicano al caudillismo, el influjo de las nociones totalitarias del S. XX, el control político de las orgánicas locales y, últimamente, el desarraigo masivo de poblaciones manipuladas por el gobierno central.
Nota 2. El peor pecado del gobierno progresista de la Concertación, que los tuvo por montones: la condena de cientos de miles de niños a una vida mediocre y sin esperanza. Los “analfabetos funcionales” egresados de las escuelas sometidas al Estatuto Docente son gente irreparablemente mutilada en sus expectativas de desarrollo personal.
Nota 3. Que bajo el régimen pasado el gobierno despachara policías para detener a funcionarios de la Municipalidad de las Condes operando semáforos portátiles que el alcalde Lavín destinó para resolver un nudo de tráfico dejó más que clara la postura centralista y totalitaria de ese gobierno.
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Con la excepción de algunas dictaduras socialistas ya instaladas o en ciernes, es llamativo que sea Chile el país donde las comunidades reales tienen menos capacidad de gestión de sus propios asuntos que en cualquier otra nación democrática del continente [ver nota 1].
Quizá por el talante autoritarista del gobierno militar, sólo al final de su período permitió un muy cauto proceso de traspaso de poder a las comunas para atender directamente sus necesidades públicas de salud y educación. Quedando absolutamente sin tocar las de seguridad y las de gestionar sus propios planes de desarrollo económico.
Creo que los gestores de derecha que promovieron estas medidas vieron en ellas el germen de una democracia fuerte y resistente a los embates totalitarios, cuestión en la que coincido plenamente.
Y está claro que así mismo lo percibe el izquierdismo porque junto con asumir presionó por la rápida implementación de medidas regresivas que podaban las novísimas atribuciones locales para administrar el personal docente [ver Nota 2] y que “recuperaban” el control centralizado de las prestaciones de salud, en un proceso todavía en marcha para incrementar lo más posible las áreas de dominio directo del gobierno.
El objetivo evidente ha sido desde un comienzo dejar bien claro y desde un principio quién manda en Chile [ver Nota 3].
Este proceso ha transformado a los alcaldes, a veces elegidos por cientos de miles de votos, en meros tramitadores frente a autoridades de tercer o cuarto orden del gobierno central, sujetando comunidades enteras a las decisiones funcionarias.
El Transantiago es, de nuevo, una muestra grave y rotunda de esta inferioridad de los derechos e intereses de las comunas frente a las decisiones políticas del gobierno central en una materia que en cualquier otra parte es propia de las comunidades reales.
Así se lo sugerí al actual Ministro de Transportes en un artículo sobre esta coyuntura.
Aunque en este aspecto queda mucho por andar, no es sino de la derecha de quien se puede esperar una oportunidad para el crecimiento de la democracia y la soberanía locales, que constituyen la forma más genuina y "a escala humana" de expresión de la vida en sociedad.
En estos días en que el actual gobierno de los Estados Unidos ha abierto la puerta al progresismo, ya se empieza a hablar de un "nuevo orden global" —radicado en las orgánicas internacionales que en forma abrumadora son controladas por esa ideología— hasta en ese país ha perdido fuerza la expresión de la soberanía local.
Eso no es buena noticia y, por supuesto, hace más difícil la tarea de fortalecer la libertad.
Pero, insisto, sólo en la derecha están los que entienden la importancia de recuperar el orden natural amenazado por esta entelequia del "nuevo orden".
Como dije en el primer capítulo de esta tesis, la gente de derecha rechaza los inventos o construcciones ideológicas y no está dispuesta a podar las libertades para "limpiar" el terreno donde se instalen esas entelequias.
Ciertamente, el hecho de las llamemos "comunidades reales" refleja que las ciudades, pueblos, villorrios, aldeas, condados y caseríos que componen una nación no obedecen a la creatividad de ningún iluminado sino a la expresión natural de los intereses y lazos reales que en sociedad tejen las personas libres.
Nota 1. Según Encina, durante la Colonia los cabildos fueron importantes y decisivos en la marcha de la nación. Pero el desarrollo natural de estas comunidades parece haber sido frenado por el combate republicano al caudillismo, el influjo de las nociones totalitarias del S. XX, el control político de las orgánicas locales y, últimamente, el desarraigo masivo de poblaciones manipuladas por el gobierno central.
Nota 2. El peor pecado del gobierno progresista de la Concertación, que los tuvo por montones: la condena de cientos de miles de niños a una vida mediocre y sin esperanza. Los “analfabetos funcionales” egresados de las escuelas sometidas al Estatuto Docente son gente irreparablemente mutilada en sus expectativas de desarrollo personal.
Nota 3. Que bajo el régimen pasado el gobierno despachara policías para detener a funcionarios de la Municipalidad de las Condes operando semáforos portátiles que el alcalde Lavín destinó para resolver un nudo de tráfico dejó más que clara la postura centralista y totalitaria de ese gobierno.
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Monday, November 1, 2010
La Derecha en Chile 11 - Respeto por la familia
Como proyección de lo anterior, la visión izquierdista de la familia impugna su forma tradicional y se propone imponer modelos salidos del caletre de los que “piensan” cómo debe ser.
Es cierto que en la actualidad proliferan las familias mutiladas, alternativas y atomizadas en contraposición a un modelo parental que pareciera estar en retirada, pero en contraste con lo obrado por el progresismo, la derecha siempre busca fortalecer o al menos rescatar la familia tradicional.
Los progresistas, lejos de ello, se aprovecharon de esta coyuntura para decretar el fin de la familia tradicional e imponer “nuevos modelos” que pretendían extender hasta incluir la adopción de niños por parte de parejas homosexuales y lesbianas.
Los planes concertacionista de promoción del sexo como práctica desvinculada del amor de pareja o, menos todavía, del matrimonio iban en esa dirección y, de no haber sido que perdieron el control del ejecutivo, es probable que ahora estuviéramos luchando contra legislación que consagre estas nuevas “familias”.
Alegando combatir el embarazo adolescente, la imposición por parte de Bachelet de la "píldora del día después", a distribuir gratuitamente entre niñas de 14 años con desprecio del derecho de los padres a conocer de este hecho, apuntaba al corazón mismo de la institución familiar, desconociendo groseramente las razones sociológicas que dan origen al embarazo adolecente entre niñas pobres y negando el mínimo respeto que se debe a cualquier familia, aún aquellas en estado de deprivación y desamparo.
Habiendo estudios que explican claramente la realidad de este fenómeno que establecen que la causa del embarazo adolescente radica en el inicio precoz de la vida sexual por razones de precariedad social (en las que la constitución de parejas estables para evitar caer en la promiscuidad sólo es posible en esa etapa de la vida), los líderes de izquierda prefirieron aprovechar la coyuntura para presentar este problema como causado por la falta de la famosa píldora, tratando de instalar la falsa noción de que la práctica sexual adolescente es la misma en todas las capas de la sociedad.
Esta tosudez por imponer entelequias se ve reforzada por el hecho de que entre los líderes progresistas predomina un cierto desorden familiar, tanto en la familia de origen como en las relaciones construidas en la adultez.
Ya perdido el poder e iniciado un gobierno de derechas, hemos asistido a una pugna al interior de un matrimonio de líderes de izquierda que prefirió liquidar la familia que habían formado y divorciarse en vez de ceder en sus ambiciones políticas.
Aunque los derechistas vemos esto como una desgracia, entendemos que no podemos formularles cargos o críticas, pero es inaceptable es que se intente imponer como la moral de los tiempos aquellas malas experiencias, disfunciones o visiones personales de quienes coyunturalmente ocupan posiciones de poder.
De nuevo, es la derecha la llamada a enarbolar con toda legitimidad la bandera de las familias tradicionales y —sin que esto suponga perseguir a nadie— premiar la familia numerosa, facilitar el trabajo de las madres, promover la unión matrimonial y, en general, perfilarse claramente como los defensores de la familia.
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Es cierto que en la actualidad proliferan las familias mutiladas, alternativas y atomizadas en contraposición a un modelo parental que pareciera estar en retirada, pero en contraste con lo obrado por el progresismo, la derecha siempre busca fortalecer o al menos rescatar la familia tradicional.
Los progresistas, lejos de ello, se aprovecharon de esta coyuntura para decretar el fin de la familia tradicional e imponer “nuevos modelos” que pretendían extender hasta incluir la adopción de niños por parte de parejas homosexuales y lesbianas.
Los planes concertacionista de promoción del sexo como práctica desvinculada del amor de pareja o, menos todavía, del matrimonio iban en esa dirección y, de no haber sido que perdieron el control del ejecutivo, es probable que ahora estuviéramos luchando contra legislación que consagre estas nuevas “familias”.
Alegando combatir el embarazo adolescente, la imposición por parte de Bachelet de la "píldora del día después", a distribuir gratuitamente entre niñas de 14 años con desprecio del derecho de los padres a conocer de este hecho, apuntaba al corazón mismo de la institución familiar, desconociendo groseramente las razones sociológicas que dan origen al embarazo adolecente entre niñas pobres y negando el mínimo respeto que se debe a cualquier familia, aún aquellas en estado de deprivación y desamparo.
Habiendo estudios que explican claramente la realidad de este fenómeno que establecen que la causa del embarazo adolescente radica en el inicio precoz de la vida sexual por razones de precariedad social (en las que la constitución de parejas estables para evitar caer en la promiscuidad sólo es posible en esa etapa de la vida), los líderes de izquierda prefirieron aprovechar la coyuntura para presentar este problema como causado por la falta de la famosa píldora, tratando de instalar la falsa noción de que la práctica sexual adolescente es la misma en todas las capas de la sociedad.
Esta tosudez por imponer entelequias se ve reforzada por el hecho de que entre los líderes progresistas predomina un cierto desorden familiar, tanto en la familia de origen como en las relaciones construidas en la adultez.
Ya perdido el poder e iniciado un gobierno de derechas, hemos asistido a una pugna al interior de un matrimonio de líderes de izquierda que prefirió liquidar la familia que habían formado y divorciarse en vez de ceder en sus ambiciones políticas.
Aunque los derechistas vemos esto como una desgracia, entendemos que no podemos formularles cargos o críticas, pero es inaceptable es que se intente imponer como la moral de los tiempos aquellas malas experiencias, disfunciones o visiones personales de quienes coyunturalmente ocupan posiciones de poder.
De nuevo, es la derecha la llamada a enarbolar con toda legitimidad la bandera de las familias tradicionales y —sin que esto suponga perseguir a nadie— premiar la familia numerosa, facilitar el trabajo de las madres, promover la unión matrimonial y, en general, perfilarse claramente como los defensores de la familia.
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La Derecha en Chile 10 - Respeto por la persona
Quizá en esto radique la diferencia más grande entre derechistas e izquierdistas, porque para estos últimos los intereses y la persona misma de los individuos es demasiado a menudo sacrificable en pos de objetivos “sociales”, incluso las consideraciones personales les parecen mezquinas y desechables.
La postura derechista, por el contrario, es mucho más cauta a la hora de sacrificar esos intereses y, en consecuencia, no comparte la ciega confianza izquierdista en muchos “programas” que afectan intereses o valores del individuo.
Aunque sea difícil implementar políticas macro que no perjudiquen a los individuos en una medida no aparente para los planificadores (como por ejemplo los programas de desarraigo de pobladores irregulares que han terminado siendo una calamidad), es evidente que esta variable no molesta mucho a la gente de izquierda.
De otro modo no se explica el Transantiago, caso extremo de totalitarismo, en el que los intereses electorales del gobierno arrasaron con los intereses de las personas, con abusos que se han extendido por un tiempo asombrosamente largo sin que siquiera el nuevo gobierno pueda darle pronta solución.
Entre muchos, otro caso espeluznante fue el de la repavimentación de la Alameda (de Santiago) en plazo forzado por objetivos electorales. Se dice que al menos nueve personas murieron cruzando entre obras mal señalizadas sin que tampoco hubiera reacción conocida de la entonces oposición aún cuando el autor de esa iniciativa se paseaba ufano celebrando su “cumplimos”.
En cuanto al discurso, contrasta el vocabulario respetuoso de los derechistas cuando mencionan a alguna persona, aún cuando sea para acusarla, con los epítetos de grueso calibre que los izquierdistas reservan para sus contrarios.
Que el escupitajo que un desquiciado arrojó sobre el féretro de Pinochet haya sido “comprendido” y hasta celebrado por los líderes oficialistas es una muestra palmaria de ese desprecio por la dignidad personal.
La torpe noción de que desde la cúpula del poder se adquiere una visión superior que hace posible “pensar” lo que será bueno para todos y cada uno, despojando de crédito la visión personal e individual, parece estar en la raíz de este vicio.
Noción en extremo peligrosa porque conduce a la imposición de una visión única o estándar sobre la sociedad, como ocurre por estos días en España, donde el progresismo ha conseguido obligar a cada estudiante a conformar sus valores según las orientaciones dictadas desde el gobierno.
Esto empuja a muchos chilenos a mirar a la derecha con la esperanza de que se reponga el respeto a la persona individual, dando seguridades de que definitivamente no habrá lugar a estas experimentaciones totalitarias.
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Próximo capítulo (11 de 20): "Respeto por la familia"
La postura derechista, por el contrario, es mucho más cauta a la hora de sacrificar esos intereses y, en consecuencia, no comparte la ciega confianza izquierdista en muchos “programas” que afectan intereses o valores del individuo.
Aunque sea difícil implementar políticas macro que no perjudiquen a los individuos en una medida no aparente para los planificadores (como por ejemplo los programas de desarraigo de pobladores irregulares que han terminado siendo una calamidad), es evidente que esta variable no molesta mucho a la gente de izquierda.
De otro modo no se explica el Transantiago, caso extremo de totalitarismo, en el que los intereses electorales del gobierno arrasaron con los intereses de las personas, con abusos que se han extendido por un tiempo asombrosamente largo sin que siquiera el nuevo gobierno pueda darle pronta solución.
Entre muchos, otro caso espeluznante fue el de la repavimentación de la Alameda (de Santiago) en plazo forzado por objetivos electorales. Se dice que al menos nueve personas murieron cruzando entre obras mal señalizadas sin que tampoco hubiera reacción conocida de la entonces oposición aún cuando el autor de esa iniciativa se paseaba ufano celebrando su “cumplimos”.
En cuanto al discurso, contrasta el vocabulario respetuoso de los derechistas cuando mencionan a alguna persona, aún cuando sea para acusarla, con los epítetos de grueso calibre que los izquierdistas reservan para sus contrarios.
Que el escupitajo que un desquiciado arrojó sobre el féretro de Pinochet haya sido “comprendido” y hasta celebrado por los líderes oficialistas es una muestra palmaria de ese desprecio por la dignidad personal.
La torpe noción de que desde la cúpula del poder se adquiere una visión superior que hace posible “pensar” lo que será bueno para todos y cada uno, despojando de crédito la visión personal e individual, parece estar en la raíz de este vicio.
Noción en extremo peligrosa porque conduce a la imposición de una visión única o estándar sobre la sociedad, como ocurre por estos días en España, donde el progresismo ha conseguido obligar a cada estudiante a conformar sus valores según las orientaciones dictadas desde el gobierno.
Esto empuja a muchos chilenos a mirar a la derecha con la esperanza de que se reponga el respeto a la persona individual, dando seguridades de que definitivamente no habrá lugar a estas experimentaciones totalitarias.
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La Derecha en Chile 9 - Sentimiento patriótico
Por su íntima vinculación con lo nuestro, con nuestra historia y con la materialidad republicana, la derecha no reconoce “vaticanos” políticos en el extranjero y jamás ha vacilado en deponer su rol opositor para apoyar al gobierno frente a cualquier amenaza a los intereses o valores patrios, venga de quien venga.
No así los progresistas.
La crónica exhibe un serio baldón en la conducta patriótica de ese grupo, más recalcitrante a partir de la primera mitad del siglo pasado cuando juró fidelidad y devoción a líderes e ideas extranjeros.
Las declaraciones y acciones de los izquierdistas chilenos no se limitaron al apoyo a la URSS, satélites, Cuba y demás países regidos por el socialismo en sus conflictos internacionales. Se sumaron además al ataque a los intereses nacionales que protagonizaron entidades de ese origen en su combate al gobierno militar cuyo éxito amenazaba gravemente la expansión de su ideología [Ver nota abajo].
Apoyaron con entusiasmo y asumieron como propias la financiación y despliegue de efectivos para el sabotaje y el terrorismo en nuestro territorio causando la muerte de muchos inocentes y de jóvenes fanatizados. Promovieron el boicot de nuestras nacientes exportaciones, se involucraron en la artera maniobra para envenenar uvas e incluso en el bloqueo al equipamiento militar en tiempos de doble amenaza internacional, lo cual es una traición a la patria en toda la línea.
Y esto no se terminó con la vuelta de los izquierdistas al poder.
Explotando la falsa idea de que el boom chileno era de su autoría, promovieron la entrada masiva e indocumentada de cesantes peruanos, dando origen con ello a una reacción xenofóbica nunca antes vista entre nosotros, siempre tan abiertos al extranjero, dañando quizás irreparablemente la tradicional actitud de apertura y bienvenida al “amigo, cuando es forastero”.
Además, se ha permitido y hasta promovido el libre desplazamiento por nuestro territorio de activistas extranjeros que con dineros de ese origen buscan conflictuar la que por años había sido una buena relación entre empresarios y sindicalistas.
Contrariamente al sentir mayoritario de los chilenos, se ha suscrito las pretensiones hegemónicas del socialismo chino sobre Tíbet, la República Iugur y Taiwán (Michelle Bachelet firmó ese ignominioso apoyo); se ha disimulado el terrorismo de las FARC y se ha atacado al gobierno constitucional colombiano que legítimamente les combate; se ha apoyado los planes totalitarios de Evo Morales y hasta se ha forzado la entrada del país en la UNASUR, organismo que sin aportar a los intereses nacionales sólo sirve los planes totalitarios del socialismo regional.
De antología en este listado de conductas antipatrióticas ha sido la visita de la Presidenta Bachelet a Cuba, inspirada en su militancia, su admiración por Castro y la cooperación que la representante de un país con el prestigio de Chile podía prestar a la causa castrista. La colisión del genuino interés nacional con las preferencias personales de la mandataria ha sido clarísima, erosionando incluso la dignidad nacional.
Todo eso, sin siquiera revisar las actitudes desganadas o derechamente entreguistas frente a los conflictos territoriales con nuestros vecinos y la pésima conducción, desprofesionalización y manipulación político partidista de nuestro antes prestigiado servicio exterior.
Esa preferencia por las vinculaciones internacionales, en detrimento de lo que nos resulta conveniente como nación, es común a todos los partidos hacia la izquierda.
La DC, que 1964 accedió al poder merced al apoyo extranjero, manteniendo antiguas y fuertes vinculaciones con organismos ideológicos transnacionales que lucha por representar en forma exclusiva, no es en absoluto la menos volcada a esa postura. Ya instalado el gobierno de Sebastián Piñera, bastó que aparecieran débiles indicios de contacto entre dirigentes de derecha con la fundación Konrad Adenauer para que los democristianos se movilizaran rechazando rabiosamente ese mero encuentro, tal es su dependencia y compromiso con las transnacionales ideológicas.
En este sentido, la derecha es el único sector de nuestra política auténticamente chileno y, por lo mismo, el único que garantiza el adecuado resguardo de nuestros intereses nacionales sin arriesgarlos por compromiso ideológico con gobiernos o entidades foráneas.
Nota: El impacto global del ejemplo de Chile al reorientar la marcha de la nación en sentido perfectamente contrario al que le había impuesto Allende es un tema que clama por autores. Frente al Chile emergente a pocos años de hacer ese camino contrario al socialismo, las ineludibles comparaciones tan negativamente concluyentes para esa ideología tienen que haber contribuido a su colapso en una medida aún pendiente de consignar.
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No así los progresistas.
La crónica exhibe un serio baldón en la conducta patriótica de ese grupo, más recalcitrante a partir de la primera mitad del siglo pasado cuando juró fidelidad y devoción a líderes e ideas extranjeros.
Las declaraciones y acciones de los izquierdistas chilenos no se limitaron al apoyo a la URSS, satélites, Cuba y demás países regidos por el socialismo en sus conflictos internacionales. Se sumaron además al ataque a los intereses nacionales que protagonizaron entidades de ese origen en su combate al gobierno militar cuyo éxito amenazaba gravemente la expansión de su ideología [Ver nota abajo].
Apoyaron con entusiasmo y asumieron como propias la financiación y despliegue de efectivos para el sabotaje y el terrorismo en nuestro territorio causando la muerte de muchos inocentes y de jóvenes fanatizados. Promovieron el boicot de nuestras nacientes exportaciones, se involucraron en la artera maniobra para envenenar uvas e incluso en el bloqueo al equipamiento militar en tiempos de doble amenaza internacional, lo cual es una traición a la patria en toda la línea.
Y esto no se terminó con la vuelta de los izquierdistas al poder.
Explotando la falsa idea de que el boom chileno era de su autoría, promovieron la entrada masiva e indocumentada de cesantes peruanos, dando origen con ello a una reacción xenofóbica nunca antes vista entre nosotros, siempre tan abiertos al extranjero, dañando quizás irreparablemente la tradicional actitud de apertura y bienvenida al “amigo, cuando es forastero”.
Además, se ha permitido y hasta promovido el libre desplazamiento por nuestro territorio de activistas extranjeros que con dineros de ese origen buscan conflictuar la que por años había sido una buena relación entre empresarios y sindicalistas.
Contrariamente al sentir mayoritario de los chilenos, se ha suscrito las pretensiones hegemónicas del socialismo chino sobre Tíbet, la República Iugur y Taiwán (Michelle Bachelet firmó ese ignominioso apoyo); se ha disimulado el terrorismo de las FARC y se ha atacado al gobierno constitucional colombiano que legítimamente les combate; se ha apoyado los planes totalitarios de Evo Morales y hasta se ha forzado la entrada del país en la UNASUR, organismo que sin aportar a los intereses nacionales sólo sirve los planes totalitarios del socialismo regional.
De antología en este listado de conductas antipatrióticas ha sido la visita de la Presidenta Bachelet a Cuba, inspirada en su militancia, su admiración por Castro y la cooperación que la representante de un país con el prestigio de Chile podía prestar a la causa castrista. La colisión del genuino interés nacional con las preferencias personales de la mandataria ha sido clarísima, erosionando incluso la dignidad nacional.
Todo eso, sin siquiera revisar las actitudes desganadas o derechamente entreguistas frente a los conflictos territoriales con nuestros vecinos y la pésima conducción, desprofesionalización y manipulación político partidista de nuestro antes prestigiado servicio exterior.
Esa preferencia por las vinculaciones internacionales, en detrimento de lo que nos resulta conveniente como nación, es común a todos los partidos hacia la izquierda.
La DC, que 1964 accedió al poder merced al apoyo extranjero, manteniendo antiguas y fuertes vinculaciones con organismos ideológicos transnacionales que lucha por representar en forma exclusiva, no es en absoluto la menos volcada a esa postura. Ya instalado el gobierno de Sebastián Piñera, bastó que aparecieran débiles indicios de contacto entre dirigentes de derecha con la fundación Konrad Adenauer para que los democristianos se movilizaran rechazando rabiosamente ese mero encuentro, tal es su dependencia y compromiso con las transnacionales ideológicas.
En este sentido, la derecha es el único sector de nuestra política auténticamente chileno y, por lo mismo, el único que garantiza el adecuado resguardo de nuestros intereses nacionales sin arriesgarlos por compromiso ideológico con gobiernos o entidades foráneas.
Nota: El impacto global del ejemplo de Chile al reorientar la marcha de la nación en sentido perfectamente contrario al que le había impuesto Allende es un tema que clama por autores. Frente al Chile emergente a pocos años de hacer ese camino contrario al socialismo, las ineludibles comparaciones tan negativamente concluyentes para esa ideología tienen que haber contribuido a su colapso en una medida aún pendiente de consignar.
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Próximo capítulo (10 de 20): "Respeto por la persona"
La Derecha en Chile 8 - Identificación con nuestra historia
La izquierda no se conforma con la monstruosa distorsión de nuestra historia reciente, promovida a todo costo para instalar la versión que les permite esquivar sus graves responsabilidades, acorralar a sus contrarios y obtener réditos electorales.
Tampoco gusta de nuestra historia vernácula. Artistas e “intelectuales” de esa tendencia están a menudo proponiendo versiones reinterpretadas, o francamente distorsionadas, de páginas de nuestro pasado.
Así, el concertacionismo ha premiado a quien proponga “obras” con versiones disparatadas y financia generosamente iniciativas “culturales” que apunten a mostrar una ofensiva visión “escatológica” de nuestros héroes.
En otros tiempos la gente habría apedreado indignada el local donde se anunciaran ciertas “performances” que desde la llegada del concertacionismo denigran o falsean obscenamente tanto la personas como las circunstancias de hechos que siempre considerábamos dignos de respeto.
Bajo un gobierno de derechas no es posible hacer esto con dineros públicos, o si algo así lograra financiamiento fiscal, los funcionarios respectivos serían puestos de patitas en la calle antes de que terminara la primera función.
Visitando a SS Juan Pablo II, Ricardo Lagos le regaló un ejemplar de "Ensayo de la Historia del Reino del Chile" del abate Juan Ignacio Molina, lo cual llevó al Papa a preguntarle desde cuándo comenzaba la historia de Chile.
Seguramente quería darle la oportunidad de lucirse para que le hablara de nuestras hermosas sagas. Que obras como la que le obsequiaba se venían componiendo desde el siglo XVI, incluyendo La Araucana, incorporada al patrimonio mundial del género épico que hizo de Chile la única nación americana con tamaño tesoro literario.
Pero Lagos salió con un torpe y deslucido “desde 1810”. A lo cual, caritativamente Su Santidad volvió a preguntar: "¿entonces ese libro es prehistoria, bolivariano?". Lagos respondió que recogía aquellos años y precisó que fue escrito en Bolonia (sic) [Emol, 16 mayo 2002].
Efectivamente, para el izquierdismo Chile recién va camino del “bicentenario”. Antes no existió y vaya uno a saber de qué árbol cayó en 1810 sobre el suelo americano.
Los derechistas tienen más conciencia de nuestra historia, quizás porque toda ella lleva su impronta.
Su más reciente y trascendental aporte se concretó a fines del siglo pasado con ocasión de la reconstrucción nacional post castrismo, cuando diseñaron el actual modelo de desarrollo.
Sospecho que la escasa vinculación de la gente de izquierda con realizaciones que efectivamente hayan pasado la prueba del tiempo es lo que les lleva a despreciar lo nuestro, incluyendo a quienes les precedieron en nuestra historia y entre los cuales están los que promovieron la emancipación, que —en manos de la derecha— terminó siendo una buena iniciativa.
Porque de las grandes conquistas “irreversibles” que nos propinaron Frei Montalva y Allende, ni siquiera los concertacionistas quieren acordarse.
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Próximo capítulo (9 de 20): "Sentimiento patriótico"
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